Vía Crucis (Raúl Berzosa) Iglesia de Santa María Reina de la Familia en Guatemala
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Vía Crucis (Raúl Berzosa) iglesia de Santa María Reina de la Familia en Guatemala |
PRESENTACIÓN
«Si uno viese desde lejos su patria y estuviese separada por el mar, vería adónde ir, pero no tendría medios para llegar. Así es para nosotros… Anhelamos la meta, pero está de por medio el mar de este siglo… Ahora, sin embargo, para que tuviésemos también el medio para ir, ha venido de allá aquel a quien nosotros queremos llegar… y nos ha proporcionado el navío para atravesar el mar. Nadie puede atravesar el mar de este siglo, si no le lleva la Cruz de Cristo… No abandonar la Cruz, ella te llevará».
Estas palabras de san Agustín, tomadas del Comentario al Evangelio de san
Juan (cf. 2, 2), nos introducen en la oración del Via Crucis.
En efecto, el Via Crucis quiere
avivar en nosotros este
gesto de asirnos al
madero de la Cruz de Cristo a lo largo del mar de
la existencia.
El
Via Crucis no es,
pues, una simple práctica de devoción popular con un tinte sentimental; expresa la
esencia de la experiencia cristiana: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue
con
su cruz y me siga» (Mc 8, 34).
Y es por esta razón queremos cada Viernes Santo recorrer el Via Crucis ante el mundo y en comunión con él. Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.1
Sacerdote:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
Sacerdote:
Oremos.
Breve pausa de silencio.
R/. Amén.
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PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
Jesús calla; custodia en sí la verdad
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 18, 37-40
Pilato le dijo: « ¿Entonces, tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?».
Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.
Pilato no encuentra en Jesús ningún motivo de condena, y
tampoco encuentra en
sí mismo la
fuerza de oponerse a la
condena.
Su oído interior permanece sordo a la Palabra de Jesús y no comprende su testimonio de la verdad. «Escuchar la verdad es obedecerla y creer en ella»10. Es
vivir libremente bajo su guía y darle
el propio corazón.
Pilato no
es libre: está condicionado desde fuera,
pero
esa verdad que
ha escuchado sigue resonando en su interior
como
un eco que llama a su puerta
e inquieta.
Así, sale fuera, ante los judíos; «salió
otra vez», subraya
el texto, casi como
un impulso de huir
de sí
mismo.
Y la voz que le llega desde fuera prevalece
a la Palabra que está
dentro.
Aquí se decide la
condena de Jesús,
la condena de
la verdad.
Humilde Jesús,
Ven, Espíritu de la Verdad,
ayúdanos a encontrar en
el «hombre
escondido
en el fondo de nuestro corazón»12
el rostro santo del Hijo
que nos renueva en la
semejanza
divina.
Todos:
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado
sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
R/. Amén.
Dios te salve, María,
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén, Jesús.
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SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
Jesús lleva la cruz, carga con el peso de la verdad
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan.
19, 6-7. 16-17
Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios»…
Entonces
[Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y,
cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de
la
Calavera» (que en hebreo se
dice Gólgota).
Pilato vacila, busca un pretexto para soltar a Jesús, pero cede a la voluntad
que prevalece
y alborota, que apela a la
Ley
y lanza insinuaciones.
Una vez más se repite la
historia del corazón herido del hombre: su
mezquindad, su incapacidad para levantar la mirada fuera de sí mismo, para no
dejarse engañar por
las ilusiones
del pequeño
provecho personal y
elevarse, impulsado por el
vuelo libre de la bondad y la honestidad.
El corazón del hombre es un microcosmos.
En él se deciden los grandes retos de la humanidad, se resuelven o se acentúan
sus
conflictos. Pero la opción es siempre la misma: tomar o perder la
verdad que libera.
Humilde Jesús,
en el transcurso cotidiano de la
vida nuestro corazón mira
hacia
abajo,
a su pequeño mundo,
y,
completamente embebido en la
búsqueda del propio bienestar, permanece
ciego ante
la mano del pobre y
del indefenso
que mendiga nuestra escucha
y pide
auxilio. A lo sumo se conmueve, pero no se mueve.
abraza nuestro corazón y atráelo hacia ti.
«Conserva sano su paladar interior,
para que pueda gustar y beber la sabiduría,
la justicia, la verdad, la eternidad».13
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
Jesús cae, pero…, manso y
humilde, se levanta
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Mateo. 11, 28-30
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga
ligera».
Las caídas de Jesús a
lo
largo del Camino de la
Cruz no pertenecen a la
Escritura; han sido trasmitidas por la piedad tradicional, custodiada y
cultivada en el corazón de
tantos orantes.
En la primera
caída, Jesús nos hace una invitación, nos
abre un camino, inaugura para
nosotros una escuela.
Es la invitación a acudir a él en la experiencia de la impotencia humana,
para descubrir
cómo se ha
injertado en ella el
poder divino.
Es el camino que lleva a la fuente del auténtico descanso, el de la gracia que basta.
Es la escuela donde se aprende la mansedumbre que calma la rebelión y donde
la confianza ocupa el
lugar de la presunción.
Desde la cátedra de
su
caída, Jesús nos imparte
sobre todo la gran lección de
la humildad, el camino «que lo llevó a la resurrección»14. El camino que, después de cada caída, nos da la fuerza para decir: «Ahora comienzo de nuevo, Señor; pero no
sólo, sino contigo».
Humilde Jesús,
nuestras caídas, entretejidas de fragilidad y pecado,
hieren el orgullo de
nuestro corazón,
lo cierran a la
gracia
de la
humildad
e interrumpen nuestro camino hacia ti.
Ven, Espíritu de la
Verdad,
líbranos de toda
manifestación de autosuficiencia
y concédenos reconocer
en cada caída
un peldaño de la
escalera
para subir hacia ti.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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Jesús se encuentra con su Madre
Junto a la cruz de Jesús la madre «está»: ésta es su oración y su maternidad
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 25 - 27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
San Juan nos dice que la Madre estaba junto a la cruz de Jesús, pero ningún evangelista nos habla directamente de un encuentro entre los dos.
En realidad, en este estar de la Madre se concentra la expresión más densa y
alta
del encuentro. En la aparente pasividad del verbo estar vibra la íntima vitalidad de
un
dinamismo.
Es el dinamismo intenso de la oración,
que
se ensambla con su sosegada pasividad. Orar es dejarse envolver por la mirada amorosa y
franca de Dios, que nos descubre
a nosotros mismos y nos envía a la
misión.
En la oración auténtica, el encuentro personal con Jesús nos hace
madre y discípulo amado,
genera
vida y
trasmite amor. Dilata
el
espacio
interior
de la
acogida y entreteje
lazos
místicos de
comunión, confiándonos
el
uno al otro y abriendo el tú al nosotros de la
Iglesia.
Humilde Jesús,
cuando las adversidades y las injusticias de la
vida, el dolor inocente y la violencia
cruel
nos hacen imprecar contra ti,
tú
nos invitas a estar, como tu Madre,
a los pies de la cruz.
Cuando nuestras expectativas y nuestras iniciativas,
vacías de futuro y marcadas por el fracaso,
nos
llevan a huir hacia
la desesperación, tú nos llamas a
la fuerza
de la
espera.
¡Hemos olvidado verdaderamente
la importancia del estar como expresión del orar!
sé tú el «clamor de nuestro corazón»15,
que, incesante e inefable,
está confiadamente en la presencia de Dios.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Jesús aprende
la
obediencia del amor a lo largo del camino de la pasión
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Lucas.
23, 26
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Simón de Cirene es un hombre retratado por los evangelistas con una particular precisión en el nombre y la proveniencia, la parentela y la actividad; es un hombre fotografiado en un lugar y en un tiempo determinado, obligado de algún modo a llevar una cruz que no es suya. En realidad, Simón de Cirene es cada uno de nosotros. Recibe el madero de la cruz de Jesús, como un día hemos recibido y acogido su signo en el santo bautismo.
La vida del discípulo de Jesús es esta obediencia al signo de la cruz, en un gesto cada vez más marcado por la libertad del amor. Es el reflejo de la obediencia del maestro. Es el pleno abandono a dejarse instruir, como él, por la geometría del amor16, por las mismas dimensiones de la cruz: «la anchura de las buenas obras; la longitud de la perseverancia en la adversidad; la altura de la expectación de los que esperan y miran hacia arriba; la profundidad de la raíz de la gracia divina, que se hunde en la gratuidad»17.
Humilde Jesús,
cuando la vida
nos
propone un cáliz amargo y difícil de
beber,
nuestra
naturaleza se
cierra, recalcitrante,
no
osa dejarse atraer por
la locura
de ese amor más grande
que convierte la
renuncia en alegría, la
obediencia
en libertad,
el sacrificio en grandeza del corazón.
Ven, Espíritu de la
Verdad,
haznos obedientes a
la visita
de la
cruz, dóciles a su signo
que nos abraza totalmente:
«cuerpo y alma, mente y voluntad,
inteligencia y sentimientos, lo que
hacemos y dejamos de
hacer»18, y que
agranda
todo
a la medida del amor.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Jesús no mira la apariencia. Jesús mira el corazón
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 6
Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.
A lo largo del Camino de la Cruz, la piedad popular señala el gesto de una
mujer, denso de veneración y delicadeza, casi un rastro del perfume de Betania: Verónica enjuga el rostro de Jesús. En ese rostro,
desfigurado por el dolor, Verónica reconoce el rostro transfigurado por la gloria; en el semblante del Siervo sufriente, ella ve al más bello de los hombres. Ésta es la mirada que provoca el gesto gratuito de la ternura y
recibe la recompensa de la impronta del Santo Rostro. Verónica nos
enseña el secreto de su mirada de mujer, «que mueve al encuentro y ofrece ayuda:
¡ver con el corazón!»19.
Humilde Jesús,
Nuestra mirada es incapaz de
ir más allá:
más allá de la indigencia, para reconocer
tu
presencia,
más allá de la sombra del pecado,
para descubrir el sol de tu misericordia,
más allá de las arrugas de la Iglesia,
para contemplar
el rostro de la Madre.
Ven, Espíritu de la Verdad,
derrama en nuestros ojos «el colirio de la fe»20
para que no se dejen atraer
por la apariencia de las cosas visibles, sino que aprendan el encanto de las invisibles.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
Jesús no mostró poder, sino que enseñó paciencia21
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura de
la primera
carta del apóstol san Pedro. 2, 21b-24
Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo, no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados.
Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Sobre el madero de
nuestra
salvación, no sólo pesa la enfermedad de la naturaleza humana, sino también
las adversidades de la existencia. Jesús ha llevado el peso de la
persecución contra
la Iglesia de ayer y de hoy, de esa persecución que mata a los cristianos en el nombre de
un dios
extraño
al
amor,
y de aquella
que
ataca la dignidad con «labios
embusteros y
lengua fanfarrona»22. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra Pedro, la que se alzó contra la voz limpia de la «verdad que interroga y libera el corazón»23. Jesús, con su cruz, ha llevado el peso de la persecución contra sus siervos y
discípulos, contra
aquellos
que responden
al
odio con
el
amor, a la violencia con la mansedumbre. Jesús, con su cruz, ha llevado el peso del exasperado
«amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios»24 y que pisotea al hermano. Todo lo ha llevado voluntariamente, todo lo ha sufrido «con su paciencia, para enseñarnos la paciencia»25.
Humilde Jesús,
en las injusticias y adversidades de esta
vida nosotros no resistimos con paciencia.
Frecuentemente
pedimos, como signo de tu potencia, que
nos
libres del peso del madero de nuestra cruz.
Ven, Espíritu de la
Verdad,
enséñanos a
caminar
según el ejemplo de
Cristo para «cumplir sus grandes preceptos de paciencia con la preparación del corazón»26.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él
Jesús nos mira y suscita el llanto
de la conversión
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Lucas. 23, 27 – 31
Lo seguía un gran gentío del pueblo,
y de mujeres que
se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se
volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y
por
vuestros hijos, porque mirad que
vienen
días
en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a
decirles
a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen
con el leño verde, ¿qué
harán con el seco?».
Jesús, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las mujeres de Jerusalén acoge con su mirada de verdad
y misericordia las lágrimas de compasión derramadas sobre él. Dios, que ha llorado
sobre Jerusalén27,
educa ahora el llanto de esas mujeres para que no se
quede
en una estéril conmiseración externa.
Las
invita a reconocer en él la suerte del inocente injustamente condenado y quemado, como leño verde,
como «castigo saludable»28.
Les
ayuda a que examinen el leño seco del propio corazón y
experimenten, así, el dolor
benéfico de
la compunción.
Brota aquí el llanto auténtico,
cuando los ojos confiesan con las lágrimas no sólo el pecado, sino también el dolor del corazón. Son lágrimas benditas, como las
de Pedro, signo
de arrepentimiento
y
prenda
de conversión, que
renuevan
en
nosotros la gracia del Bautismo.
Humilde Jesús,
en tu cuerpo sufriente y maltratado,
denigrado y escarnecido,
no sabemos reconocer
las
heridas de nuestra infidelidad
y de
nuestras ambiciones,
de nuestras traiciones y de nuestras rebeliones. Son heridas que gimen
e invocan el bálsamo de
nuestra
conversión, mientras nosotros hoy ya
no
sabemos llorar
por nuestros pecados.
Ven, Espíritu de la
Verdad,
¡derrama
sobre nosotros el don de la
Sabiduría! En la luz
del
amor que salva
danos el conocimiento de nuestra miseria,
«las lágrimas que
deshacen la culpa,
el llanto que merece el
perdón»29.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Jesús, con su debilidad,
fortalece nuestra fragilidad
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Lucas. 22, 28-30a. 31-32.
«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y
yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…
Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».
Con su tercera caída, Jesús confiesa el amor con el que ha
abrazado por nosotros el peso de la prueba y renueva la llamada a seguirle hasta el final, en
fidelidad. Pero nos concede también echar una mirada más
allá del velo
de la promesa: «Si perseveramos, también reinaremos con él»30.
Sus caídas pertenecen
al
misterio de
su encarnación.
Nos
ha buscado
en
nuestra debilidad, bajando hasta lo más hondo de ella, para levantarnos hacía él.
«Nos ha mostrado en sí mismo la vía de la humildad, para abrirnos la vía del
regreso»31. «Nos ha enseñado la paciencia como arma con la que se vence el mundo»32. Ahora, caído en tierra por tercera vez, mientras «com-padece nuestras
debilidades»33, nos indica la manera de no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: «Permanecer en él»34.
Humilde Jesús,
ante las pruebas que criban nuestra fe nos sentimos desolados:
no nos acabamos de creer que nuestras pruebas hayan sido ya las tuyas,
y que tú nos invitas simplemente a vivirlas contigo.
¡Ven, Espíritu de la Verdad,
en las caídas que marcan nuestro camino!
Enséñanos a apoyarnos en la fidelidad de Jesús, a
creer en su oración por nosotros,
para acoger esa corriente de fuerza
que sólo él, el Dios con nosotros,
puede darnos.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
Jesús queda desnudo
para revestirnos con la vestidura de hijos
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 23 - 24
Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de
una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se
repartieron mis ropas y
echaron a suerte mi
túnica». Esto hicieron los
soldados.
Jesús queda desnudo. El icono de Cristo despojado de sus vestiduras es rico de resonancias bíblicas: nos devuelve a la desnudez inocente de los orígenes y a la vergüenza
de la
caída35.
En la inocencia original, la desnudez era la vestidura de la gloria del hombre:
su
amistad trasparente y hermosa con Dios. Con la caída, la armonía de esa relación se rompe, la desnudez sufre vergüenza y
lleva consigo el recuerdo dramático de
aquella
pérdida.
La desnudez significa
la verdad del ser.
Jesús, despojado de sus vestiduras,
tejió en la cruz el hábito nuevo de la
dignidad filial del hombre. Esa túnica sin costuras queda allí, íntegra para nosotros;
la vestidura de su filiación divina no se ha rasgado, sino que, desde
lo
alto de la cruz, se
nos
ha dado.
Humilde Jesús, delante de tu desnudez
descubrimos lo esencial
de nuestra
vida y de nuestra
alegría:
ser en ti hijos del Padre.
Pero confesamos también la resistencia
a
abrazar la pobreza como dependencia del Padre,
a acoger la desnudez como hábito filial.
Ven, Espíritu de la
Verdad, ayúdanos a reconocer
y a bendecir
en cada
expolio que sufrimos una
cita con la verdad de nuestro ser,
un encuentro con la
desnudez
redentora
del
Salvador, un trampolín que
nos
lanza
hacia el abrazo filial con el Padre.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
Jesús, elevado sobre
la
tierra, atrae a todos
hacia sí
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 18-22
Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está».
Jesús crucificado está en el centro; la inscripción regia,
alta
sobre la cruz,
abre las profundidades del misterio: Jesús es el rey
y la
cruz es su trono. La realeza de
Jesús, escrita en tres lenguas, es un mensaje universal: para el sencillo y el sabio, para el pobre y el poderoso, para quien se acoge a la Ley divina y para quien confía en el poder político. La imagen del crucificado, que ninguna
sentencia
humana podrá
remover nunca de las paredes de nuestro corazón, será para siempre la palabra regia de la Verdad: «Luz crucificada que ilumina a los ciegos»36, «tesoro cubierto que sólo
la oración puede abrir»37, corazón del mundo.
Jesús no reina dominando, con un poder de este mundo, él «no tiene ninguna
legión»38. Jesús reina atrayendo39: su imán es el amor del Padre que en él se da por nosotros «hasta el extremo»40. «Nada se libra de su calor»41.
Señor
Jesús, crucificado por
nosotros. Tú eres la
confesión
del
gran amor del Padre por
la humanidad, el icono de
la única
verdad creíble.
Atráenos hacia ti,
para que aprendamos a
vivir
«por amor de tu amor»42.
Ven, Espíritu de la
Verdad,
ayúdanos a
elegir
siempre a «Dios
y su voluntad frente a los intereses del mundo y sus poderes,
para descubrir, en la
impotencia externa del Crucificado,
la potencia
siempre nueva de
la verdad»43.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
Jesús vive
su
muerte como un don de amor
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 28 - 30
Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
«Tengo sed». «Está cumplido». En estas dos palabras, Jesús nos muestra, con
una
mirada hacia la humanidad y
otra
hacia el Padre, el ardiente deseo que ha impregnado su persona y su misión: el amor al hombre y la obediencia al Padre. Un
amor horizontal
y un amor vertical: ¡he aquí el diseño de la cruz! Y desde el punto de encuentro de ese doble amor, allí donde Jesús inclina la cabeza, mana el Espíritu
Santo, primer
fruto de su retorno al Padre.
En este soplo vital del cumplimiento, vibra el recuerdo de la obra de la creación44 ahora redimida. Pero también la llamada a todos los que creen en él, a «completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo»45. ¡Hasta que todo esté cumplido!
¡Señor Jesús, muerto por
nosotros! Tú pides para
dar,
mueres para entregar
y,
al mismo tiempo, nos haces descubrir
en el don de sí mismo el gesto que
crea el espacio de la
unidad.
Perdona el
vinagre de nuestro rechazo y de nuestra incredulidad,
perdona
la sordera de
nuestro corazón a tu grito sediento
que sigue subiendo desde el dolor de tantos hermanos.
Ven, Espíritu Santo,
heredad del Hijo que muere por
nosotros:
sé tú el faro que
nos
guíe
«hasta la
verdad plena»46
y «la raíz
que nos conserve en la
unidad»47.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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Vía Crucis (Raúl Berzosa) iglesia de Santa María Reina de la Familia en Guatemala |
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
El cuerpo de Jesús es acogido en el abrazo de la Madre
V/. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 32-35.38
Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Nos acercamos «no caminando, sino creyendo, no con los pasos del cuerpo, sino con la libre decisión del corazón»48. En este cuerpo exánime nos reconocemos como sus miembros heridos y sufrientes, pero protegidos por el abrazo amoroso de la madre.
Pero nos reconocemos también en estos brazos maternales, fuertes y tiernos a la
vez.
Los brazos abiertos de la Iglesia-Madre son como el altar que nos ofrece el
Cuerpo de Cristo y, allí, nosotros llegamos a ser Cuerpo místico de Cristo.
Señor Jesús,
entregado a
la madre, figura de
la Iglesia-Madre.
Ante
del
icono de la Piedad
aprendemos la entrega al sí del amor,
al abandono y la
acogida,
la confianza y la atención concreta,
la ternura que sana la vida y suscita la alegría.
Ven, Espíritu Santo,
guíanos, como has guiado a María,
en la gratuidad irradiante del amor
«derramado por Dios en nuestros corazones
con el don de
tu
presencia»49.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
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Vía Crucis (Raúl Berzosa) iglesia de Santa María Reina de la Familia en Guatemala |
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
La tierra del silencio y de la espera custodia a Jesús, semilla fecunda de vida nueva
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues
por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 40-42
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Un jardín, símbolo de la vida con sus colores, acoge
el misterio del hombre
creado y redimido. En un jardín, Dios puso a su criatura50, y de allí la desterró tras la
caída51. En un jardín comenzó la Pasión de Jesús52, y en un jardín un sepulcro nuevo acoge al nuevo Adán que vuelve a la tierra53, seno materno que custodia la semilla
fecunda que muere.
Es el tiempo de la fe que aguarda silenciosa, y de la esperanza que sabe percibir ya en la rama seca el despuntar de un pequeño brote, promesa de salvación y de alegría. Ahora la voz de «Dios habla en el gran silencio del corazón»54.
Todos:
Padrenuestro - Avemaría - Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita
y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de
su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz.
R/. Amén.
PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DEL VÍA CRUCIS EN EL COLISEO
Palatino
Viernes Santo 22 de abril de 2011
Queridos hermanos y
hermanas
Esta
noche hemos acompañado en la fe a Jesús en el recorrido del último trecho de su
camino terrenal, el más doloroso, el del Calvario. Hemos escuchados el clamor
de la muchedumbre, las palabras de condena, las burlas de los soldados, el
llanto de la Virgen María y de las mujeres. Ahora estamos sumidos en el
silencio de esta noche, en el silencio de la cruz, en el silencio de la muerte.
Es un silencio que lleva consigo el peso del dolor del hombre rechazado,
oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso
del mal. Esta noche hemos revivido, en el profundo de nuestro corazón, el drama
de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre.
¿Que
queda ahora ante nuestros ojos? Queda un Crucifijo, una Cruz elevada sobre el
Gólgota, una Cruz que parece señalar la derrota definitiva de Aquel que había
traído la luz a quien estaba sumido en la oscuridad, de Aquel que había hablado
de la fuerza del perdón y de la misericordia, que había invitado a creer en el
amor infinito de Dios por cada persona humana. Despreciado y rechazado por los
hombres, está ante nosotros el «hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
despreciado y evitado de los hombres, ante el cual se ocultaban los rostros» (Is 53,
3).
Pero
miremos bien a este hombre crucificado entre la tierra y el cielo,
contemplémosle con una mirada más profunda, y descubriremos que la Cruz no es
el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el signo
luminoso del amor, más aún, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que
jamás habríamos podido pedir, imaginar o esperar: Dios se ha inclinado sobre
nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para
tendernos la mano y alzarnos hacia él, para llevarnos hasta él. La Cruz nos
habla de la fe en el poder de este amor, a creer que en cada situación de
nuestra vida, de la historia, del mundo, Dios es capaz de vencer la muerte, el
pecado, el mal, y darnos una vida nueva, resucitada. En la muerte en cruz del Hijo
de Dios, está el germen de una nueva esperanza de vida, como el grano que muere
dentro de la tierra.
En
esta noche cargada de silencio, cargada de esperanza, resuena la invitación que
Dios nos dirige a través de las palabras de san Agustín: «Tened fe. Vosotros
vendréis a mí y gustareis los bienes de mi mesa, así como yo no he rechazado
saborear los males de la vuestra… Os he prometido la vida… Como anticipo os he
dado mi muerte, como si os dijera: “Mirad, yo os invito a participar en mi
vida… Una vida donde nadie muere, una vida verdaderamente feliz, donde el
alimento no perece, repara las fuerzas y nunca se agota. Ved a qué os invito… A
la amistad con el Padre y el Espíritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos
míos..., a participar en mi vida”» (cf. Sermón 231, 5).
Fijemos
nuestra mirada en Jesús crucificado y pidamos en la oración: Ilumina, Señor,
nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir
en nosotros el «hombre viejo», atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos «hombres
nuevos», hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor.
DISCURSO
DEL SANTO PADRE Y
BENDICIÓN APOSTÓLICA
El Santo Padre dirige la palabra a los presentes.
Al final del discurso, el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:
V/. Dominus vobiscum.
R/. Et cum spiritu tuo.
R/. Ex hoc nunc et usque in sæculum.
R/. Qui fecit cælum et terram.
V/. Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus.
R/. Amen.
CANTO
R. Crux fidelis, inter omnes arbor una
nobilis, Nulla talem silva
profert, flore, fronde, germine! Dulce lignum dulci clavo dulce pondus sustinens.
Et super Crucis trophæo dic triumphum nobilem,
Qualiter Redemptor orbis immolatus vicerit. R.
2. De parentis protoplasti fraude factor condolens, Quando pomi noxialis morte morsu corruit, Ipse lignum tunc notavit, damna ligni ut solveret. R.
1 1
P 2, 21.
2 SAN AGUSTÍN, Confesiones 1, 5, 5 (a partir de ahora las citaciones que no sean de la Sagrada Escritura y que no presentan un autor son de san Agustín).
3 Is 24, 18.
4 Confesiones 1, 1, 1.
5 Jn 6, 67.
6 Jn 6, 68.
7 Cf. Ef. 1, 13.
8 Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 45, 1.
9 Cf. Mt 8, 19.
10 Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 115, 4.
11 De
la verdadera religión 39, 72.
12 Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén a 1 P 3, 4.
13 Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 26, 5.
14 Enarraciones sobre los salmos, Salmo 127, 10.
15 Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 118, Sermón 29, 1.
16 Cf. Ef 3, 18.
17 Cf. Carta 140; 26, 64.
18 Cf. R. GUARDINI,
Los signos sagrados,
Barcelona 1957, p. 14.
19 Cf. JUAN PABLO II, Carta, A vosotras, mujeres (29.6.1995), n. 12.
20 Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 34, 9.
21 Cf. Comentarios sobre los salmos, Salmo 40, 13.
22 Sal 12 (11), 4.
23 J. RATZINGER, El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón, Navarra 2010.
24 La Ciudad de Dios 14,
28.
25 Sermón 175, 3, 3.
26 Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 113,
4.
27 Cf. Lc 19, 41.
28 Is 53, 5.
29 Cf. S. AMBROSIO,
Exposición sobre el Evangelio de san Lucas X,
90.
30 2
Tm 2, 12a.
31 Cf. Sermón 50, 11.
32 Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan 113, 4.
33 Hb 4, 15
34 Cf. Jn 15, 7.
35 Cf. Gn 2, 25; 3, 7.
36 Cf. Sermón 136, 4.
37 Cf. Ib. 160, 3.
38 BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Madrid 2011, p. 223.
39 Cf. Jn 12, 32.
40 H. U. VON BALTHASAR,
Tú coronas el año con tu gracia, Madrid 1997, p.
217.
41 Sal 19 (18), 7.
42 Confesiones 2, 1,
1.
43 BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret…, o.c., pp. 226-227.
44 Cf. Gn 2, 2.7.
45 Cf. Col 1, 24.
46 Jn 16,
13.
47 Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 143, 3.
48 Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 26, 3.
49 Cf. Rm 5, 5.
50 Cf. Gn 2, 8.
51 Cf. Gn 3, 23.
52 Cf. Jn 18, 1.
53 Cf. Jn 19, 41.
54 Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 38, 20.
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