María en el recato de los Evangelios
María Santísima, la humilde sierva del Señor, ha sido presentada
brevemente en los cuatro evangelistas, pero en los episodios
donde se refieren a Ella, hay un contenido precioso:
en la apretada síntesis de la figura mariana se contiene una virtualidad
que insinúa la grandeza de su ser. ¡Cuán importante es, pues, “perder el
tiempo”, escudriñando los textos marianos de los evangelios! En el recato
de los autores evangélicos se nos presenta una creatura sin precedentes.
Aunque a tientas, lo que afirman las palabras de esta canción,
ponen de manifiesto la grandeza de María: “Más que Tú, solo Dios, solo
Dios”
Cabe destacar y considerar siempre que la presentación que los evangelistas
hacen de María, son diferentes, acentúan aspectos distintos de
una mujer sorprendente. Esta variedad de enfoques se complementan,
y sostienen esta misma variedad de perspectiva que se desarrolló
después para reflexionar sobre María, la Madre de Dios. La inteligencia
cristiana ha tenido que recurrir a diferentes estilos literarios para comprender
más certeramente una personalidad tan insigne y resbaladiza.
Por esto mismo, aquella presentación tan recatada, con el transcurso
del tiempo se ha ido desmadejando, y así poco a poco se han ido soltando
los hilos dorados de una existencia unida maravillosamente a
Dios. Mucho nos ha revelado Dios a través de María. Cada uno de los textos
evangélicos es un divino mensaje para nosotros, cuando no, también una tarea que cumplir. María no nos es
indiferente; la vida de Ella es la huella histórica
que hemos de seguir, porque sus pasos caminan
con fidelidad en la tierra de la voluntad
salvadora del Padre.
Interesa, de inmediato, ubicarnos en los datos
evangélicos, como método, considerando
que también podríamos partir de datos
mucho más antiguos tomados del Antiguo
Testamento (el protoevangelio, las grandes
mujeres bíblicas). La presencia de María en el
universo salvífico, es rica y extensa, y es mejor quedarnos con lo esencial, de manera que se
nos abra el apetito de hurgar más y más en
su vida y servicio, especialmente, en esa realidad
tan suya que repercute tan sólidamente
en nosotros, los discípulos de su Hijo.
De una simple lectura de los Evangelios se
constata una fuerte presencia de María en los
“evangelios de la infancia” (capítulos 1 y 2 de
Mateo y Lucas, (especialmente este último) y
su casi total ausencia en el resto de los evangelios.
PRESERVEMOS SIEMPRE
LA SENCILLEZ DE LA MADRE.
Dios mismo la quiso así: “Ha mirado la humildad
de su sierva”. Meditemos en las palabras y
todo desemboca en la sencillez de una mujer
que Dios mismo termina admirando. Al mismo
tiempo, María también se define así: “Yo
soy la esclava del Señor. Hágase en mí, según
tu palabra”. Ningún asomo de grandeza, nada
de vanidad, ni la mínima pizca de vanagloria.
La sencillez de la vida es la más fidedigna manifestación
de una existencia, estrechamente
unida a Dios, en su más plena libertad. La cercanía a Dios conduce a niveles de excelencia,
la cualidad más destacada de la persona, en
este caso, la humildad de María. El diálogo de
la Anunciación en realidad ha sido más extenso.
En la escena solo se nos presenta el desenlace
feliz. María ha ido paulatinamente conociendo
mejor a Dios, y este conocimiento
la ha devuelto a su terrena condición: ¿Cómo
un Dios tan inmenso se digna entrar en diálogo
con una creatura tan insignificante? El contacto
con Dios hace sencilla a la persona.
Una sencillez que apunta a la verdad de Dios,
aunque entre en abierto contraste con aquella
verdad que las personas espirituales transmiten
sobre Dios. Esto, podría parecer insignificante
pero cuando meditamos el cántico
del Magníficat nos estremecen las palabras
allí expresadas: “Él hace proezas con su brazo.
Derriba del trono a los poderosos y enaltece a
los humildes. A los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos”
María, como mujer de fe y como Madre de
un pequeño, tendría que haberse sometido a
la sociedad y a la religión de su tiempo, no le
correspondía a ella cambiar ese orden de cosas,
sin embargo, su canto es provocador, por
decir menos. Ella pone de manifiesto que en
todo aquello no transita la voluntad del Padre.
Como mujer de fe y como madre se da
cuenta que se trata de un ambiente nada propicio
para su hijo y para todas las personas.
En el relato de la anunciación, María se introduce
en el misterio de Dios y dice genoito: há-
gase en mí según tu palabra (Lc 1,38); habla
con Dios y se sitúa entre sus manos, siendo
de esa forma transparente a su misterio.
Pues bien, en el relato de las bodas de Caná
ella dice: haced lo que Él os diga. De esa forma
ha traducido su encuentro con Dios en gesto de servicio hacia los hombres. Ciertamente,
ella no puede salvar, no cambia el agua de la
tierra en vino nuevo del Reino de los cielos;
pero puede preparar las cosas para el Reino,
disponiendo así a los comensales, llevándoles
al plano donde el Cristo funda su nueva
familia mesiánica, en las bodas de su Reino.
Cuando dice esta palabra, María sigue siendo
israelita, como convidada de la fiesta de las
bodas. Pero, en contra de lo que sucede en
Lc 14,15-24, ella no se excusa: está presente,
viene hasta el banquete. Más aún, en medio
del banquete donde los judíos sólo tienen el
agua de purificaciones rituales (cf. Jn 2,6) ella
ha conducido a los hombres hacia el tiempo
nuevo de Jesús, el Cristo. Ciertamente, es judía,
pero es una judía que supera su antigua
perspectiva legalista y muere al mundo viejo
para renacer de esa manera en Cristo, convirtiéndose
en cristiana. Ella es la primera cristiana
de la historia, miembro de una familia en
la que todos somos con Jesús esposo-esposa
de las nuevas bodas de un amor que nunca
acaba.
La humildad cristiana está emparentada sólidamente
con la verdad sobre Dios. Es sometimiento,
docilidad, obediencia pero a la verdad
de Dios, a la verdad de su actuación, a la
verdad de su ser y su presencia.
P. Daniel Malásquez Manco smm
PELÁEZ Jesús. María, la Madre de Jesús en los Evangelios Sinópticos.
PIKAZA Xavier. Bodas de ley. Blog. Enero-2013.
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