Seguidores

Montfort Apóstol, Profeta y testigo para la iglesia y el mundo del tercer Milenio

 lo le proporcionó un medio para entrar en la lu
Montfort en la Basílica de San Pedro - Roma.

MONTFORT APÓSTOL, PROFETA Y TESTIGO PARA LA IGLESIA Y EL MUNDO DEL TERCER MILENIO 

Benedetta Papàsogli 

Y ahora la palabra decisiva sobre la obra del P. de Montfort. Palabra dedicada al pensamiento espiritual que brota de los diversos escritos. Luis María no se limita a recoger puntos doctrinales ya vivos en la literatura y ambiente en que se ha formado. La gloria de Montfort como escritor religioso está en haber dado vida a una vigorosa y personal síntesis de espiritualidad, trazando nuevos caminos a la piedad de quienes le siguen. Él, que viene de uno de esos períodos en los cuales parece que todo está dicho, da comienzo a un filón auténticamente original al cual por cierto afluye un aporte secular. Y esto, en fuerza de un ritmo propio de pensamiento que no reviste audacias especulativas, que es más bien práctico y orientado hacia el énfasis agradable, a la realización poética y espiritual de las verdades anunciadas.

 

CRISTO -SABIDUR ÍA

 

Al centro, un tema que aflora del corazón de su experiencia interior, llave maestra en el camino y destino del santo: el Cristo Sabiduría  y Sabiduría crucificada. Las sugerencias de los libros sapienciales, tan gustados por Montfort, que con acentos anhelantes muestran a la Sabiduría divina en busca del hombre y como objeto de los anhelos humanos, se complementan con la temática de la primera carta a los Corintios, que es la página bíblica esencial para entender a Luis María de Montfort.

 

“Cristo no me envió a bautizar sino a anunciar el Evangelio. Y no lo predico con discursos sabios, para no desvirtuar la cruz de Cristo. La predicación de la cruz no deja de ser locura para los que se pierden. Pero para los que somos salvados es poder de Dios, como dice la Escritura: Haré fallar la sabiduría de los sabios y echaré abajo las razones de los entendidos... Pues mientras los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros proclamamos a Cristo crucificado. Los judíos dicen: ¡Qué vergüenza! Los griegos:

¡Qué locura! Pero aquellos que Dios ha llamado, sea entre los judíos, sea entre los griegos, encuentran en Cristo la fuerza y la sabiduría de Dios. En efecto, la “locura” de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres; y la “debilidad” de Dios, es mucho más fuerte que la fuerza de los hombres” (1 Co 1,17-25).


En la milenaria literatura cristiana aparece el motivo del Cristo Sabiduría. Ocupa un puesto importante, aunque no decisivo, en la temática de la escuela francesa seguida por Montfort. Bérulle indica sus cadencias trinitarias y lo relaciona con el misterio de la Encarnación. Olier, insistiendo en el aspecto moral de la Sabiduría, la relaciona con el espíritu de infancia espiritual a conseguir mediante la vida de unión y dependencia filial. S. Juan Eudes presenta a la Sabiduría como “la esencia misma de Dios”, la luz en la que se conoce perfectamente a mismo y de la cual María es la “expresión maravillosa”. Aparece insistentemente también en otros autores del setecientos como Lallement, Saint-Jure, etc., la personificación de la Sabiduría increada... Montfort acomete antes que todo, en forma directa y frontal, el razonamiento sobre la Sabiduría. Es la repercusión original que da a la contemplación del Verbo encarnado, piedra angular de la espiritualidad de la Escuela Francesa. Una inspiración inicial reside en el concepto mismo de Sabiduría, dúctil, sabroso y rico de implicaciones teológicas y también de evocaciones poéticas, fácilmente traducido en imágenes y emociones. El P. de Montfort ha enriquecido la experiencia cristiana de la Sabiduría de dos maneras: por haberla escogido para realizar sobre ella su propia síntesis y como señal a cuya sombra coloca la propia vida; por haber penetrado el espesor de la noción misma de Sabiduría conforme a la plenitud de valores que le es propia y que se comunica en la meditación del santo. Esta premisa, esta elección unificadora, es un gesto creativo, un rasgo genial, en el cual se halla buena parte de la grandeza de Montfort.

 

Hay en ella una singular oportunidad histórica, una respuesta a la era esplendorosa y maliciosa, hinchada de sabor mundano. Por otra parte, si sus páginas desarrollan ampliamente la sustancia doctrinal y teológica del tema de la Sabiduría, la vibración más profunda es despertada en Luis María Grignion por la fusión de la temática sapiencial con la de la cruz: suprema paradoja cristiana, fundamento sobre el cual construyó Montfort  su propio edificio y a la luz de la cual penetra el misterio del Hijo de Dios.

 

El amor de la Sabiduría eterna trata este argumento cristológico que constituye el punto de partida y el cuadro esencial de la devoción mariana por la cual es más conocido el santo de Montfort: “Contempla en el plano de la eternidad a la Sabiduría divina, personificada en el Hijo del Padre; contempla a la misma Sabiduría que se expresa en el plano temporal, mediante la creación del universo; la contempla encarnada y anonadada en su vida mortal, gloriosa y triunfante en el cielo. Bajo el rayo de este luminoso tríptico, descubre los medios para comulgar con la Sabiduría, especialmente la mediación de María, o s bien, la unión constante del alma a esta mediación providencial y necesaria”.

 

Síntesis doctrinal y elevación espiritual, la obra de Montfort es una larga modulación del tema inicial, en la cual se nota, no obstante, una arquitectura y un progreso constructivo. El movimiento fundamental no es de interés especulativo o teórico: se habla largamente de la Sabiduría para desvelar sus infinitos atractivos e impulsar los corazones a amarla y entregársele irrevocablemente. Es, dice Montfort, “una ciencia sabrosa, esto es, el gusto de Dios y de su verdad”, ciencia de la gracia y de la naturaleza, “no ordinaria, árida y superficial, sino extraordinaria, santa y profunda (ASE 58). Es, en realidad, el conocimiento de Cristo, la participación en la luz que es Él, Sabiduría sustancial e increada. No se la obtiene sino en comunión de vida con Él: porque “la sabiduría es Dios mismo, ésta es la gloria de su origen” (ASE 55). Ella tiene un nombre propio, el nombre del Hombre-Dios: Jesús. El objeto real de esta obra dedicada a la Sabiduría es fundamental en la experiencia de fe, del conocimiento vital de Cristo y del camino de unión con Él. La materia inicialmente doctrinal concluye en una cadencia propia de la temática mística: la Sabiduría es cantada con suaves palabras que esconden el misterio nupcial: ella es la Esposa, cuyas nupcias se celebran sobre la cruz.

 

LA CRUZ

 

En la terminología del P. de Montfort, “poseer la Sabiduría” y “unirse a Jesucristo para llevar la cruz en su seguimiento” son expresiones equivalentes. Este es el gran secreto del rey, el mayor misterio de la Sabiduría eterna: la Cruz (ASE 167). La cruz manifiesta la profunda y absoluta diferencia entre la sabiduría del mundo y la de Dios, Sabiduría de Amor. Ésta es el abismo en que se pierden los pensamientos humanos; es la revelación suprema del misterio de la caridad de Dios. La Sabiduría “se ha unido tan íntimamente y como incorporado en la cruz, que ni ángel, ni hombre, ni creatura alguna puede separarla de la cruz. El vínculo es indisoluble y eterna su alianza... Jamás la Cruz sin Jesús ni Jesús sin la Cruz” (ASE 172). Montfort ha asimilado profundamente la perspectiva central de la Escuela francesa, el tema perenne de San Pablo: “Cristo vive en mí”. Ha subrayado lo que con palabras de Bérulle podríamos llamar el ritmo de la “desapropiación” y de la “adhesión”, la presencia de Cristo como “capacidad vivificante” y vida íntima del alma. Pero no se detiene aquí; más bien ahora empieza propiamente la parte más personal de su amorosa pedagogía: nos ofrece los medios para vivir esa vida, nos propone, extrayéndolo de lo íntimo de su propia experiencia, un atajo para la perfección y un secreto de santidad.

MAR ÍA

 

Este secreto es María. Diversas motivaciones humanas y espirituales pueden haber preparado a Luis María de Montfort a elevar a la Madre de Dios el himno que toda su vida y obra están expresando. Himno que manifiesta la ternura de este fuerte corazón de combatiente acostumbrado a rudas batallas. María es la luz meridiana y la sonrisa de su itinerario espiritual y también el otro polo ‒junto al Cristo Sabiduría‒ de su doctrina. Madre siempre subordinada al Hijo, pero inseparable de Él.

 

ESCLAVITUD DE AMOR

 

Montfort no ha desarrollado ningún proyecto suyo completo del camino de la perfección; no ha construido como tantos autores místicos una paciente “escala de amor. Quisiéramos decir que se ha desembarazado de todo eso con un gesto que lo recoge todo y en el cual se halla el núcleo de su doctrina: nos referimos a la fórmula de la santa esclavitud o esclavitud de amor, que encierra el itinerario de purificación y vida de unión, ascesis e instrucción mística, colocándolo todo a la sombra de la devoción mariana. Consiste en consagrarse a Jesús por María en calidad de esclavo de amor: es decir, en “consagrase y entregarse voluntariamente y por amor, con plena libertad, totalmente, sin limitaciones, en cuerpo y alma, con los bienes exteriores de fortuna... y los interiores del espíritu, a saber, los méritos, las gracias, las virtudes y satisfacciones...Y, además, en hacerlo todo con María, por María, en María y para María” para gloria de Dios Sólo (SM 28-29), colocándose en sus manos “como un laúd en manos de un músico experto”, abandonándose a ella “como una piedra que se arroja al mar” Los exégetas de la “santa esclavitudmonfortiana, han iluminado ampliamente cómo la verdadera devoción”, lejos de reducirse a un conjunto de prácticas piadosas, es un auténtico sendero de espiritualidad, “una forma especial de vida interior”. Dulce y fácil de practicar, aún en su severa substancia y en la dureza de la terminología escogida por Montfort, la “esclavitud” no es sólo un acto de consagración total: mira a establecer un “estadode vida unitiva; es la respuesta suprema que da Montfort al problema en torno al cual se muestra inquieta toda su obra, es decir, la adquisición de la Sabiduría o la relación vital con Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María. El alma abandonada en manos de la Madre se reintegra a la obediencia misma del Hijo: la “desapropiación” se hace total, el alma desnuda de todo, regenerada en el seno de María, recibe en su propio rostro la impresión de los rasgos del Divino Obediente, el Siervo Crucificado. Tal es el interés de la síntesis espiritual monfortiana, que coloca a María en el centro de la vida cristiana, en el corazón de todos los caminos que conducen a Dios, contribuyendo con los recursos del amor y de la fe a iluminar el “estado interior” y “perpetuo” del misterio mariano.

 

JES ÚS QUE VIVE EN MAR ÍA

 

Los escritos mariológicos del P. de Montfort no tienen, en general, el sello de la originalidad. Una larga maduración se esconde tras el punto de llegada representado por su pensamiento. Potencia y exalta la temática mariana que toma el mayor relieve en la Escuela Francesa, polarizada en torno al misterio de la Encarnación: y la Encarnación no nos da a Jesús solo, sino a Jesús con su Madre. “Jesús que vive en María”, la fórmula cara a Olier, resume en una expresión densa el aporte mariano de Bérulle y sus seguidores, a quienes pertenece el mérito de haber reconocido el vínculo insoluble existente entre la Madre y el Hijo y haber subrayado “la unidad de espíritu y de acción de Jesús y de María en la obra de la redención, que comienza en la Encarnación... El Hijo y la Madre son, en realidad, el principio indivisible de nuestra redención y de la mediación entre el cielo y la tierra, María por la plenitud de gracia que la hace totalmente una con el Hijo.

 

CUERPO MÍSTICO

 

El haber penetrado en el misterio de la maternidad espiritual de María como consecuencia de su maternidad divina, confiere particular vitalidad a la mediación mariana. Montfort desarrolla   el concepto de Cuerpo Místico para explicar la función de María en nuestra generación espiritual: “Dios forma en ella –según Olier– a su propio Hijo en toda su extensión, como “Hombre perfecto (Ef 4,13), en mismo y en todos los miembros, es decir, en su Iglesia. En el mismo instante en que Jesús nacía en el seno de la Madre, también la Iglesia nacía de Él. Ella es la creatura universal que lleva en su seno al mundo entero y que, por el deseo de salvarlo, intercede continuamente por todos los hombres”.

 

Antes que el P. de Montfort, sus maestros de la Escuela francesa tuvieron el mérito de haber sacado las consecuencias prácticas de la contemplación de “Jesús que vive en María”. Ellos nos recuerdan la oportunidad de “darse  a Jesús por María”, “unirse a Él en Ella, para vivir sólo para Él por medio de ella”. Excepcional eficacia adquiere la imagen empleada por Montfort, que ve en María “la forma”, el molde en el que es preciso “arrojarse y perderse para convertirse en una copia al natural de Jesucristo”(VD 220). Luis María ha sacado las últimas consecuencias de los fundamentos de sus maestros, reuniendo en un cuadro de luminosa compatibilidad las líneas de la devoción mariana de aquellos. La voz de Montfort, más apasionada, proclama el lugar privilegiado y único de María no sólo en relación con el plan universal de salvación, sino también la historia particular, concreta de cada alma. “Quien quiera ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe dejarse formar en María por la gracia de Jesucristo, quien reside en ella en  plenitud” (SM 57). No existen dos caminos reales para ir al Señor: “La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él” (VD 75). Montfort vivió en un clima particularmente sensible a las ingenuidades y a los excesos de cierta piedad mariana, menos iluminada. Lo que ha dicho pudo decirlo manteniéndose en el hilo de su equilibrio teológico seguro y delicado, que le permitió proponer sin timidez algunos aspectos de devoción un tanto discutidos como la práctica misma de la “santa esclavitud”.

 

MATERNIDAD ESPIRITUAL

 

Si el P. de Montfort recoge de Bérulle la idea de una servidumbre mariana, amplía al mismo tiempo el fundamento doctrinal, no limitándose a considerar la maternidad divina de María, sino dando cabida a la prerrogativa de Madre de los miembros de la Iglesia, esposa del Espíritu Santo, y esclareciendo todo el sentido de su presencia corredentora.

 

BAUTISMO Y CONSAGRACIÓN

 

Por otra parte, una impronta de ardentía monfortiana califica la consagración a María que nos ofrecen los escritos del misionero. Esta es “la más radical, la más amplia, la más perfecta” que se pueda imaginar; nace de un heroísmo amoroso casi inconcebible. Subraya el aspecto personal de la relación con María y, en Ella, con el Salvador. Establece una original y explícita relación entre “la santa esclavitud” y la renovación de las promesas bautismales. Difícil descomponer en sus múltiples reflejos este prisma luminoso de la religiosidad monfortiana. El cardenal Mercier escribía: “No me consta que haya un acto que incluya cuanto el alma puede consagrar a Dios y a Cristo, más que este acto de renuncia o esclavitud espiritual, tal como lo entiende Montfort”. Escuela de desprendimiento total y secreto de infancia espiritual, que capta el reflejo de la caridad perfecta de los Santos.

 

LA VERDADERA DEVOCIÓN


Este libro de Montfort puede ser considerado como el fruto de una madurez o plenitud poco común en la teología y en la santidad (Lhoumeau-Faber). Cuando vemos cómo en pocas páginas se halla compendiado en forma concisa y lo más clara posible, lo más profundo e importante que la teología y los Padres han enseñado acerca de María, o al menos sobre la devoción a Ella, debemos reconocer que el P. de Montfort no sólo poseía erudición sino un notable sentido teológico. Sin duda lo ha sacado del estudio de los autores y de la patrología, pero también de esa luz de otro orden que la contemplación concede a los Santos.

 

La erudición y el sentido teológico reconocidos al P. de Montfort no deben, sin embargo, distraer del s profundo y atrayente carácter de esta obra que refleja la predicación del misionero, una enseñanza no impartida desde el púlpito, sino diseminada por las calles y participada al calor del testimonio fraterno. “La verdadera devoción es un secreto revelado a los pobres y sencillos”. Este libro sepultado por largo tiempo “en el silencio de un cofre (VD 114), difundido más de un siglo después de la muerte de Montfort, es en la actualidad un clásico   de la literatura espiritual..., ha dado vida a movimientos de espiritualidad y de oración, ayudado a la formación de santos: en el sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio y el laicado en general. Ha hecho suave para muchos fieles los caminos del seguimiento de Cristo y la experiencia de la cruz. Sigue atemperando, gracias a la dulzura de su mensaje filial, la luz austera que emana de la figura  del P. de Montfort. Su lectura, con su énfasis equilibrado, puede traer la resonancia de ciertas cosas antiguas, que han perdido parte de su poder de comunicación; también la dignidad de la vestimenta literaria aparece, generalmente, inferior a la obra central monfortiana: El amor de la Sabiduría eterna. Sin embargo, en la vital fruición de la verdad allí contenida, se sigue percibiendo su secreto y saboreando su palabra fresca y profunda.

 

SÍNTESIS FINAL

 

Si se ahonda s allá de la superficie en la vida, en las actividades misioneras, en los escritos y en la proyección espiritual y apostólica de Luis María Grignion de Montfort, se acaba por encontrar una tensión de fondo o compenetración entre la pasión del místico, el ardor del misionero, la sabiduría del escritor, la seguridad del guía espiritual y la visión profética del renovador calificado y actual de la Iglesia. La fuerza transformadora que hizo de Luis María un apóstol y profeta de su tiempo lo proyecta al Siglo XXI y al Tercer Milenio como testigo privilegiado del Espíritu divino en una nueva primavera que se anuncia en la Iglesia con el dinamismo de los laicos y la misericordia de Dios ofrecida generosamente a la humanidad por las manos maternales de María.