El Santo Rosario y San Luis María Grignion de Montfort
Estando ya cerca del mes de octubre, que conocemos como mes del Rosario, no
está demás que dediquemos esta circular a reflexionar sobre la importancia que tiene
la devoción a María en nuestra santificación personal.
Desde hace un tiempo la oración del santo Rosario ha conocido una profunda renovación y una práctica
bastante generalizada. En este proceso ha influido claramente la doctrina y espiritualidad de san Luis María
Grignion de Montfort.
Las apariciones de la Virgen en estos últimos siglos han contribuido también a extender y revalorizar esta
práctica mariana de la devoción popular. Prácticamente todos los Papas, desde León XIII, han sido
determinantes, con sus numerosas encíclicas sobre la devoción a María, en resaltar la importancia que tiene
la recitación del santo Rosario para llegar a la unión con Jesús y María. Un caso especial es el del Papa León
XIII, en cuyo pontificado, desde que quedó impresionado por la lectura del Tratado de la Verdadera Devoción
a la Santísima Virgen de san Luis María Grignion de Montfort, publicó significativas encíclicas sobre la
devoción a María. El propio Pablo VI contribuyó, después del concilio Vaticano II, a revalorizar la práctica del
santo Rosario con la publicación de su encíclica “Marialis cultus”.
Los escritos de Montfort nos pueden ayudar a profundizar en nuestra devoción a María y, tal vez, a
redescubrir la repercusión que debe tener el santo Rosario en nuestra vida de oración. En las biografías de
Montfort vemos el aprecio que sentía el santo hacia el santo Rosario. Ya desde muy pequeño nos describen
a Luis desgranando Avemarías ante una imagen de María, que había colocado en un lugar apartado y
silencioso de la propiedad donde vivía su familia. Se las ingeniaba para que sus hermanos más pequeños le
acompañasen en la recitación diaria del santo Rosario, prometiéndoles que les ayudaría a ser mejores
personas y serían la admiración de los demás niños. No es en absoluto exagerado afirmar que Luis María
Grignion de Montfort fue fiel a la recitación diaria del santo Rosario completo durante toda su vida. La imagen de Montfort en actitud de caminante, con su sombrero, su bastón y el gran rosario en la mano
o a la cintura se hizo popular. Cuando ya se dedicó plenamente a las misiones en los pueblos de la Bretaña
francesa, la recitación diaria del santo Rosario era una de las devociones que Montfort trataba de inculcar a
todos los participantes en la misión. La cruz y el rosario estaban siempre presentes, adornando ermitas e
iglesias. Obligado por el señor obispo de la diócesis a abandonar la ciudad de Poitiers, donde había cosechado
numerosas conversiones entre los habitantes de Montbernage, uno de los barrios más abandonados de la
ciudad, el misionero, con lágrimas en los ojos, por tener que dejar a sus queridos feligreses, les dijo en una
carta de despedida que les dedicó personalmente: “No olvidéis de ser fieles a vuestras promesas del santo
bautismo y de recitar diariamente, en público o en privado, el santo Rosario, y de acudir a recibir los sacramentos,
al menos una vez al mes”.
En aquellas poblaciones en las que los frutos de la misión eran significativos y los participantes daban
muestras de auténtica conversión – un ejemplo es la misión de la Chèze, en la diócesis de Saint Brieuc- el
santo les instaba a que recitasen las tres partes del Rosario diariamente: por la mañana, a mediodía y al
atardecer. Esta misma práctica recomendaba el santo encarecidamente a las Cofradías del Rosario que iba
instituyendo en sus misiones.
En el majestuoso calvario de Pontchâteau, que Montfort levantó al finalizar una de las misiones más largas
y fructuosas de su vida como misionero, el Rosario ocupó un puesto de honor: ciento cincuenta abetos
representando las Avemarías y diez cipreses marcando las decenas, formaban, alrededor de una gran cruz,
un inmenso rosario. Las capillas, situadas en lugares bien determinados, representaban los misterios de Jesús
y María.
Era tal el interés del santo misionero por establecer el rezo del santo Rosario en los pueblos donde había
misionado que le causaba una profunda pena cuando, al volver a visitar esos lugares, constataba que
“aquellos pueblos que habían abandonado el rezo del santo Rosario también habían vuelto a caer en sus malas
costumbres. Sin embargo, los que perseveraron en el rezo del santo Rosario, se mantenían en gracia de Dios y
progresaban en la virtud”. (Secreto Admirable del Santísimo Rosario, nº 113).
Montfort entró a formar parte como Hermano de la Tercera Orden de Santo Domingo el 10 de noviembre
de 1710. En una carta, dirigida al Superior General de los Dominicos, Luis María le pide permiso para crear
Cofradías del Rosario en los lugares donde predicase misiones, obteniendo así, para los que participaban en
ellas, las indulgencias otorgadas, especialmente por el Papa Pío V, a las Cofradías del santo Rosario. Algunos
de sus biógrafos afirman que Montfort llegó a inscribir en la Cofradía del Rosario a no menos de cien mil
personas. Fue en la Rochelle, ciudad dominada especialmente por la religión protestante, donde el santo
desplegó todo su celo e interés por predicar y extender la devoción al santo Rosario. Su celo de apóstol fue
recompensado con numerosas conversiones de personas protestantes, lo que le supuso un rechazo todavía
más cruel por parte de los sectores fundamentalistas de esta religión. Montfort constató, y lo afirmó en
diferentes ocasiones que sus numerosas conversiones eran debidas a la devoción al santo Rosario, llegando
a decir que “jamás un pecador se le había resistido si lograba echarle el rosario al cuello”.
Si nos atenemos a los escritos de Montfort, la recomendación del rezo del santo Rosario aparece
prácticamente en todos ellos. Cito nada más lo que el santo misionero escribe en la Súplica Ardiente, oración
que es la introducción a las Reglas de los Sacerdotes Misioneros de la Compañía de María y en la que el santo
pide al Hijo-Dios misioneros que “sin voluntad propia que los manche o los detenga cumplan tus designios y
arrollen a todos tus enemigos, como otros tantos Davides, con el báculo de la Cruz y la onda del santo Rosario
en las manos” (SA 8,12).
El Tratado de la Verdadera Devoción a María nos ofrece una cita muy significativa para ver el poder
sobrenatural del Avemaría y del Rosario para convertir a las almas. En la quinta práctica exterior de la
Devoción a María Montfort afirma: “No sé cómo ni por qué, pero es real. No tengo mejor secreto para conocer
si una persona es de Dios que observar si gusta de rezar el Avemaría y el Rosario”
(VD 251).
Para terminar con las muchas citas que se podrían traer y que demuestran el aprecio que Montfort tuvo
al santo Rosario, finalizo con lo que el santo dice en su libro el Amor de la Sabiduría Eterna: “Personalmente
no encuentro nada tan eficaz para atraer a nuestras almas el Reino de Dios, la Sabiduría Eterna, como el unir la
oración vocal con la mental mediante la recitación del santo Rosario y la meditación de los quince misterios que
en él se encierran” (ASE 193).
Resumiendo podemos decir que para san Luis María Grignion de Montfort el Rosario fue una práctica de
devoción fundamental para su santificación personal y el apostolado que llevó a cabo en las numerosas
misiones populares. La gente le conocía como el “Padre del gran rosario”. Con toda razón podemos
considerar a Montfort como el predicador, por excelencia, de la Cruz y del santo Rosario, y uno de los muchos
apóstoles que han cantado las maravillas de gracia que el santo Rosario ha realizado en las almas sencillas,
las mejor dispuestas a recibir en su alma la Palabra de Dios y el favor de nuestra buena Madre, la Virgen María.
Circular Nº 407 - 408 SEPTIEMBRE / OCTUBRE 2019 sgm@sgmontfort.org
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